Soltar…

Al principio te resistes muy fuerte, pataleas como un niño en berrinche, gritas como quien es atrapado en una celda donde nadie te puede escuchar, quisieras atravesar las paredes con las manos para salir de ese sueño, donde quien crees que te debe salvar no escucha, no está.

Poco a poco los pataleos bajan, se debilitan las piernas, la voz se enronquece, los brazos ya no escarban fuerte, se empiezan a caer. Y el corazón, el corazón también pareciera que deja de latir.

Es entonces cuando damos paso a soltar, no queda nada más.

Soltar la necesidad de ser escuchados, validados y amados. Las ganas y las fuerzas de luchar por lo que no te quieren o pueden dar.

Soltamos no porque ya no duele, sino porque duele más abrazarse a lo que no existe y que al parecer nunca existió.

Soltar porque debe haber más, y como dijo Federico en su libro:

“No importa de qué forma mires el futuro, no hay manera de que las cosas salgan mal, porque depositar nuestra confianza en Él, nos convierte en árboles, junto al río. No somos la fuente, pero fluye en nosotros.”

Rosalba Wong

A Corazón Abierto

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